La bandera
ensangrentada
Un cuento de Oscar Hernández.
Eras muy pequeño
cuando te tuve en mis brazos por primera vez, apenas tenías tres días de
nacido, llorabas. No recuerdo bien cómo viniste al mundo pues los dolores del
parto me hicieron perder el sentido. Entre sueños escuchaba las voces de
algunas mujeres, resaltaba la de doña Ágata la partera, daba órdenes, alzaba la
voz para pedir agua, algunos trapos y no sé qué más. Recuerdo vagamente que me
dijo:
-Quédate quieta
muchacha, no te muevas tanto. -Me pidió que abriera las piernas lo más que
pudiera y que mordiera la almohada con todas mis fuerzas, yo solamente pensaba:
-Virgencita, ayúdame, que se salve mi criatura, aunque yo muera
-y me desvanecí.
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Pronto olvidé el sufrimiento, ya te tenía
conmigo, lo demás poco me importaba, ni siquiera el haber perdido mucha
sangre ni lo débil que estaba. -Se llamará Margarito -dijo tu abuela sin
pensarlo mucho, yo no me opuse. -Sí,
doña Anita, para que siempre se recuerde al héroe que fue su padre -agregué con entusiasmo. |
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Tu padre se enroló con el General Antonio De León.
-¡Nos derrotaron en Padierna, pero aquí los venceremos! -dijo
Margarito antes de unirse al batallón Mina. Ya había combatido a los gringos en
Veracruz, sobrevivió a las balas peleando junto al padre Jarauta, ese cura
español que formó la guerrilla más temida por los gringos, y más cuando un
Huamantla mataron al capitán Sam Walker. Unos se fueron para Tlaxcala y a tu padre lo mandaron
a defender la capital.
De León era uno de esos militares a los que les llamaban
realistas, cuando éramos propiedad de los españoles, pero con el plan de Iguala
cambió de bando y juró defender a la nueva nación y su bandera aún a costa de
la vida, y así lo hizo.
Tu padrino Genaro fue de los pocos sobrevivientes de
aquellas terribles batallas, todas las perdimos.
–¡Ya no tenemos municiones! -gritaban desesperados-, ¡hay
que detenerlos como sea!
-Era un caos -nos platicó más tarde, casi murmurando y a
punto de llorar. Recordaba el episodio.
-Los gringos
pensaban que ahí en el Molino se fabricaban cañones… si hubiéramos tenido
cañones no habría caído Churubusco.
Sentado ahí en esa silla, nos platicó cómo fueron esos días
y cómo murió tu padre, defendiendo a la patria con honor, se llevó a muchos
gringos por delante, peleó como tigre.
-Genarito -le dijo tu abuela, -platíquenos otra vez cómo
fue esa batalla.
Doña Anita insistió - pa’que Lupita se la aprenda bien y se
la cuente al niño cuando crezca. Que sepa que su papá fue un héroe.
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Genarito encendió un cigarro, le dio un trago
al tanguarniz que Anita le había ofrecido, se quedó pensativo unos segundos,
dio una fumada profunda inundando la cocina de humo, y comenzó su relato. |
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-Pensaban que había harta pólvora y grandes cañones, fue por eso que se lanzaron varias columnas sobre el Molino, nosotros ya no pudimos organizar una buena defensa.
Genaro levantó la
cabeza, los ojos le brillaban, había lágrimas contenidas.
–Cometimos muchos
errores -agregó tu padrino-, comenzando por el alto mando. Apesadumbrado,
continuó su relato.
-Con decirles que el General Santa Anna se fue a dormir a
Palacio. No hubo un líder en la batalla, cada quién luchó como pudo, con
valentía, pero sin orden.
Moviendo la cabeza con gran pesar Genarito continuó
relatando los terribles momentos vividos aquel 8 de septiembre.
–Los dos bandos peleábamos con gran fiereza, pero los
gringos lograron avanzar, se apoderaron del acueducto, ahí la lucha fue cuerpo
a cuerpo, ¡ellos eran grandotes!
Genaro estiró la mano hacia arriba señalando la gran
estatura del enemigo, –pero los nuestros no se apantallaron, los grandotes caen
más fuerte, y fueron muchos los gringos que cayeron.
Hizo una breve pausa y dio una fumada más.
-Con decirles que de los catorce oficiales que iban al
frente de los suyos, once pelaron gallo, -dijo mi compadre con cierto orgullo.
Genaro tomó su vaso, lo vio vacío y discretamente extendió
su brazo, Anita leyó su intención y se lo llenó de tanguarniz nuevamente.
Genaro dio un trago y se limpió la boca con la manga de su camisa.
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–La artillería enemiga atacó con gran fuerza
por los flancos, era imposible resistir, el General Pérez dio la orden de
retirada y sus hombres abandonaron la lucha, se fueron a Chapultepec
corriendo por la milpa. Ya sin defensa, cayó en sus manos la Casa Mata. |
Se hizo un espacio de
silencio, Genaro dio una última fumada a su cigarro y lo apagó en el piso, aplastó la colilla con su huarache, el piso de la cocina
era de tepetate. El hombre quería llorar, quién sabe cuántos recuerdos se
agolpaban en su memoria, muchos valientes que aquel día murieron eran sus
amigos, compañeros de lucha, patriotas anónimos.
–El coronel Echegaray juntó a los que pudo y emprendieron
la retirada -siguió narrando Genaro-, lo mismo hicieron los soldados del Batallón
Mina, se fueron por la milpa rumbo al bosque disparando todo el tiempo.
Contuve la respiración, sabía que venía algo fuerte.
-¡Que no lo diga! -deseaba en mi interior, pero al mismo
tiempo quería saber cómo peleó Margarito.
Otro trago al tanguarniz, no supe si fue para limpiarse la
garganta o para esconder el llanto.
–Ya habían matado al General León -continuó Genarito-, él y
el coronel Balderas vendieron caras sus vidas, Margarito también, pero mi
compadre protegió la bandera con su propia vida.
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Tu abuela no pudo contener el llanto,
recordaba los últimos momentos de tu padre, pero no quería interrumpir a
Genarito, dejó que siguiera narrando. |
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-Margarito Zuazo, mi querido compadre, siempre estaba en el frente, yo cuidaba la retirada, disparaba al enemigo para proteger el repliegue,
pero Margarito no retrocedía, ya estaba
herido, sangraba mucho y así rescató la bandera de su batallón, del batallón
Mina, mató a muchos que quisieron mancillarla, sorteando las descargas llegó al
edificio, ese que está por allá.
Con el índice Genaro señaló el rumbo del Molino del Rey.
Tu padrino se tomó lo que quedaba de su segundo vaso de
licor, encendió otro cigarro y dio otra larga fumada, me miró fijamente y
moviendo la cabeza en señal afirmativa continuó su relato.
-Margarito se quitó la guerrera y la camisa y luego, se
enredó la bandera, muy pegada a su cuerpo, como sellando las heridas, y se
vistió de nuevo, siguió luchando pues había muchos enemigos que querían matarlo,
varias bayonetas lo atravesaron y moribundo logró retirarse, se les peló a los
gringos, así entregó su vida protegiendo la bandera con su cuerpo.
El exsoldado sollozaba. Anita soltó el llanto, esta vez no
lo contuvo, Genarito estaba quieto, muy quieto. Yo me acerqué a tu abuela y la
abracé, sobraban las palabras. Cuando la solté, entró en su cuarto, volvió con
una caja y me dijo:
-Lupita, esta es la bandera que rescató mi hijo, por la que
dio su vida, guárdala tú, dásela a mi nieto cuando crezca.
-Y creciste -afirmó Lupita. -Seguirás los pasos de tu
padre, el héroe del Molino del Rey, y mírate ahora, estás por ingresar al
Colegio Militar, tienes que reportarte con el general Álvarez Valenzuela, él es
el director.
La patria necesitaba en esos momentos nuevamente de sus
valientes hijos.
-Ahora te toca a ti defender la bandera y combatir al
invasor extranjero, olvida las luchas internas, más importante que ser liberal
o conservador, importa ser buen mexicano, sentir en lo más profundo de tu ser,
la indignación por otra guerra injusta, por la invasión de otro ejército
extranjero -dijo Lupita y le dio un beso en la frente.
Lupita entró al mismo cuarto del que años atrás Anita, su
suegra, había sacado la bandera con la sangre de Margarito para dejarla bajo su
custodia.
-Esta caja la guardé por años, más de 15, ya que serás militar,
nadie mejor que tú para conservarla, tómala, cuídala, defiéndela. Que sea tu
más grande tesoro. Haz que todos la respeten pues tu padre dio la vida por
ella, él nos enseñó con su sacrificio que la patria es primero.





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