La tamalera

 


 

La Tamalera

Un cuento de Oscar Hernández López Basado en la narración del sitio de Puebla de Fco. De Paula Troncoso

 

No había casi nada de comida en la ciudad, nos preparaste verduras, eran del jardín de doña Gertrudis, ejotes y calabacitas, pues carne ni soñarlo. Hacía días que don Pancho había cerrado su negocio, dijo que tendría que dedicarse a otra cosa, tal vez a la carpintería, le sabía un poco al oficio, ya de carne, nada. Sería un verdadero lujo.

Mamá, con su estilo típico de señora de sociedad te respondió con un “¡Ay Toñita!, pues tenemos que ver cómo sobrevivir mientras los franchutes nos tengan sitiados, ya va para dos meses, al principio entraban y salían mercancías, pero luego de que controlaron El Carmen y la Garita de Cholula, la cosa se puso fea”.

―Era de esperarse mamá, la cosa se puso fea desde el año pasado, se fueron muy muinos luego de que perdieron en los fuertes, nada más acuérdate lo que dijo papá: “lo mejor sería irnos de aquí antes de que regresen, porque vendrán a vengarse”, pero tú no quisiste mamá, mi tía Juana nos ofreció su casa en Monterrey, ahorita estaríamos comiendo cabrito y no verduras como conejos.



 

―Recuerda que tú, Susanita, fuiste la primera en oponerte al viaje, con tal de no separarte del dichoso Carlitos, dijiste estar dispuesta al sacrificio, y mírate ahora, ni Carlitos ni Monterrey, se lo llevaron los zuavos, creyó que sería muy fácil jugarle al espía, pero lo atraparon cerca de San Pablo del Monte, y como les mataron a su comandante Foucauld, a todo sospechoso lo fusilaron. Ni modo, Carlitos ya no sufre.

Pasaron dos días y seguimos comiendo verduras, pero esa tarde llegaste muy sonriente.

― ¡Les traigo una sorpresa! ―gritaste al entrar, y presurosa dejaste en la mesa una canastita, también traías unas piezas de pan, papá te pregunto porque tanto escándalo, y tú con un poco de pena, cosa rara en ti, nos dijiste: ― traigo tamales de rajas con carne.

 

Mamá se emocionó, fue la primera en hacerse una torta de tamal, y la comenzó a devorar.

―Está riquísima ― dijo entre una mordida y otra―. ¿no que ya no hay carne?

 ―Han de haber levantado el sitio en alguna garita luego de la derrota que sufrió Comonfort en San Lorenzo, Forey ha de estar feliz, y un poco de misericordia no lo debilita. Papá siempre sacaba sus conclusiones lógicas, según él.



 

Mucho le gustaba platicar en las comidas los últimos acontecimientos del sitio, siempre presumía de sus contactos con los jefes del Ejército de Oriente, hasta se decía amigo de González Ortega, el día que mencionaste lo de la muerte del comandante Foucauld, en la noche, ya traía informes de lo sucedido, nada más para demostrarte, mamá, que él está mejor informado que tú. Nos platicó lo del comandante Bénigne de Montarby, el jefe de uno de los escuadrones del 1er regimiento de Cazadores de África, dijo que los mexicanos huyeron dejando hasta a los presos que ahí tenían, y que un soldado francés arrebató el fino estandarte del primer regimiento de caballería de Durango.

Pero el sitio continuó varios días más, nada entraba, nada salía. Lo sorprendente fue que papá llego a casa al otro día y platicó que en otras familias también habían comido tamales con carne.

 ―A ver Toñita, ¿Dónde conseguiste los tamales con carne?

No sabías que contestar, era tan fácil decir dónde los compraste, pero no querías descubrir a tu marchanta. Titubeante, respondiste que en la esquina de Santa Anita, ahí se colocaba por las noches una tamalera, era bajita, medio chimuela y con un ojo más chico que el otro.

Fuimos papá tú y yo al puesto de la tamalera.

―¿Tiene tamales con carne?  

―Sí, hay de rajas y de mole, pero ya quedan pocos, unos seis nada más.

―¡Démelos todos!

Los envolvió con calma y papá preguntó la procedencia de la carne. Es carne de cerdo, dijo la tamalera.

―Pero aquí no hay cerdos, la ciudad está sitiada, ¿quién le surte?

Una sonrisita socarrona apareció en el rostro de la mujer.

―Tengo permiso para salir a Cholula, mis parientes me surten, tienen una granjita, pero no lo comente con nadie porque me quitan el permiso.

Regresamos a casa, mamá saboreó los tamales con un chocolatito que preparó mientras estuvimos fuera. También hizo pan, todavía quedaba harina en la alacena, lo demás estaba prácticamente agotado.

―Creo que las cosas se están componiendo, ―dijo entusiasmada ―, ¡donde ya hay carne!

 



Al día siguiente, papá regresó a casa preocupado, había estado con el general Berriozábal, le comentó el asunto de los tamales.

―Nadie puede salir para Cholula, está muy vigilado, mis hombres lo han intentado, sin embargo, también han comido tamales con carne.

Era el 16 de mayo. El coronel francés que esa mañana cayó prisionero, se quejó de las malas mañas de los sitiados.

―¡No respetan a nuestros muertos, se los roban o los mutilan! ―reclamó el prisionero.

 

 

Papá contó que el 17 se reunieron los jefes para recibir órdenes, a las 5 de la mañana todo el armamento debería estar destruido, a las 8 de la mañana los franceses tenían 1,500 prisioneros entre jefes y oficiales.

Esa noche, tú Toñita regresaste sin tamales, queríamos celebrar el final del sitio, pero no hubo con qué. Papá dijo que la apresaron los zuavos, la encontraron arrastrando el cadáver de un soldado francés que cayó muerto por el rumbo del Tepozúchitl, se la llevaron al cuartel de Amozoc. Lo supo porque se lo platicó el General Berriozábal antes de rendirse y entregarse prisionero.

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